Elogio de la infancia
En
tiempos de juventud, en pleno apogeo de las formas que moldean cuerpos, en la
época de la idolatría del joven y sobre todo del joven de antes, de la
"juventud maravillosa", de la "juventud rebelde",
re-velada, en tiempos desafiantes donde urge la necesidad de mantenerse joven,
pujante, realizador, dominante, irrespetuoso, osado, impetuoso, despampanante,
erótico, políticamente activo, vigoroso, idealista al extremo de las causas por
las causas mismas. En tiempos donde el tiempo es el presente por el presente,
donde el pasado es viejo, donde los estandartes llevan colores y los colores
son colores sexuales y no cuerpos sexuados, donde el sexo es una ideología,
donde todo se impone y no se construye, se usurpa, se toma, se expropia, se
hurta.
Estamos
inflados del colágeno juvenil que infla hasta los pelos, los pitos, las tetas,
los labios, los párpados, las axilas; la estética quirúrgica como una industria
gigantesca de los cuerpos jóvenes, la indumentaria, los dispositivos, las propagandas,
los gadgets. Todo quiere ser joven, y fresco y novedoso. Joven es el
universitario, el profesor de educación física, el peluquero, la maestra, el
político, la activista, el rebelde, el músico, el kioskero, todos, todos
jóvenes. El imperativo "juventud, divino tesoro" que en Rubén Dario
sonaba como un anhelo a ser vivido, se repite como máxima a ser cumplida, como
una exigencia existencial que da sentido al viviente de la época actual, un
imperativo de un goce superyoico de la época.
La
juventud propagandista, pese a ser enaltecida, carece
evidentemente de sabiduría, de espera, de tolerancia, incluso de espontaneidad.
Abunda en ella un ferviente narcisismo infundado (un narcisismo fuera de
tiempo), un egocentrismo desmedido (la búsqueda de un "like me"
impostergable), una violencia entrometida (que defenestra las causas ajenas),
una insatisfacción presa del mundo mercantilizado (nada es suficiente, aunque
voy a conseguirlo en eBay).
No
se trata de dar una visión opositora y precarizante de la juventud, los
valores intrínsecos de la misma en un tiempo vital determinado son evidentes
y no hay nada que agregar para reconocer la necesidad de la juventud como un
tiempo impostergable pero no suficiente y menos autosuficiente. Sí, se trata de
bajarla del altar, del pedestal, del reinado inapropiado en el que se
encuentra. Después de las dos guerras mundiales se luchó con vehemencia
contra lo viejo, contra el mundo del adulto, el adulto con su dureza, con
su razón incalculable, con su desdén de realizaciones inmejorables. El mundo
del adulto fue un mundo agobiante, reprimido, rígido, totalitarista, creador de
modelos nocivos, de lideres incuestionables, de instituciones intocables, de
abolición de libertades y asfixia sexual. La exaltación del mundo adulto, del
hombre realizado, del hombre final, del ser absoluto, el conquistador, el
patriarca. Ese mundo de la "vida por la patria", todavía vigente en
muchos lugares del mundo e incluso en diferentes estamentos sociales. Sin dejar
de ver que el mundo del adulto también es un mundo que contiene cualidades
sostenibles, la responsabilidad, el cuidado del niño, la experiencia consumada,
la búsqueda de la serenidad, como posibles caracteres.
Entonces,
no se trata de lo que tiene o no de cualidad dichos tiempos vitales. Se
trata aquí de remarcar lo que esta olvidado, oprimido, desvalido por no ser
mencionado. Se trata de rescatar la infancia, la infancia como una
posibilidad de ser diferente, ni la rigidez ni el fervor, ni la serenidad ni la
rebeldía, se trata de la compleja simpleza de la infancia. Un niño
que crece, crea, crea su mundo, con los otros, pero sobre todo con su capacidad
de sorpresa, con su sensibilidad ante la novedad, con su falta de prejuicio,
con la fuerza incontrolable de un cuerpo que intenta construirse, donde el narcisismo
es necesario, fundante, constitutivo, donde lo espontáneo engendra emociones
profundas, donde las palabras son el resultado de una exploración directa de
esas emociones y donde las palabras no son rígidas, hablarle como silbar al
viendo o ladrar al perro, hablar como si las palabras fueran los sonidos que
las engendran y sorprenderse por los sonidos que expulsan.
Leyendo
algo de Tomás Abraham expresaba algo como: "donde Freud buscaba un hombre
encontró un niño" (no logro precisar la cita, buscaré). De eso se trata
este elogio de la infancia. Un mundo que olvida la infancia es un mundo
absurdo, carente de emociones, de poesía, de sorpresas. La infancia ha
quedado relegada a un cúmulo de ofertas de productos infantiles, ha quedado
desgarrada por el afán de éxito de muchos padres juvenoides que quieren hijas
modelos, hijos deportistas, futuros intelectuales, proyectos de CEO de
empresas, músicos con récords de ventas y un montón de aspiraciones vagas que
marchitan la infancia antes de dejarla brotar. La infancia ha sido delegada a
los jardines de infantes, las escuelas, los cuidadores, las guarderías, o
cualquier otra cosa excepto al cuidado de los padres ocupados por sostener el
ideal del homo-juvenil.
Elogiar la infancia es proponerse un
cambio, es animarse a cuestionar la bien vista juventud imperante. Mirar para
atrás desde el presente y ver al futuro. Mirar hacia atrás es mirar al niño,
redescubrirlo tras el disfraz y arriesgarse a sorprenderse, a explorar, a
jugar, a construir sin prejuicios.
Nicolás
Castelli
11/06/19
En
tiempos de juventud, en pleno apogeo de las formas que moldean cuerpos, en la
época de la idolatría del joven y sobre todo del joven de antes, de la
"juventud maravillosa", de la "juventud rebelde",
re-velada, en tiempos desafiantes donde urge la necesidad de mantenerse joven,
pujante, realizador, dominante, irrespetuoso, osado, impetuoso, despampanante,
erótico, políticamente activo, vigoroso, idealista al extremo de las causas por
las causas mismas. En tiempos donde el tiempo es el presente por el presente,
donde el pasado es viejo, donde los estandartes llevan colores y los colores
son colores sexuales y no cuerpos sexuados, donde el sexo es una ideología,
donde todo se impone y no se construye, se usurpa, se toma, se expropia, se
hurta.
Estamos
inflados del colágeno juvenil que infla hasta los pelos, los pitos, las tetas,
los labios, los párpados, las axilas; la estética quirúrgica como una industria
gigantesca de los cuerpos jóvenes, la indumentaria, los dispositivos, las propagandas,
los gadgets. Todo quiere ser joven, y fresco y novedoso. Joven es el
universitario, el profesor de educación física, el peluquero, la maestra, el
político, la activista, el rebelde, el músico, el kioskero, todos, todos
jóvenes. El imperativo "juventud, divino tesoro" que en Rubén Dario
sonaba como un anhelo a ser vivido, se repite como máxima a ser cumplida, como
una exigencia existencial que da sentido al viviente de la época actual, un
imperativo de un goce superyoico de la época.
La
juventud propagandista, pese a ser enaltecida, carece
evidentemente de sabiduría, de espera, de tolerancia, incluso de espontaneidad.
Abunda en ella un ferviente narcisismo infundado (un narcisismo fuera de
tiempo), un egocentrismo desmedido (la búsqueda de un "like me"
impostergable), una violencia entrometida (que defenestra las causas ajenas),
una insatisfacción presa del mundo mercantilizado (nada es suficiente, aunque
voy a conseguirlo en eBay).
No
se trata de dar una visión opositora y precarizante de la juventud, los
valores intrínsecos de la misma en un tiempo vital determinado son evidentes
y no hay nada que agregar para reconocer la necesidad de la juventud como un
tiempo impostergable pero no suficiente y menos autosuficiente. Sí, se trata de
bajarla del altar, del pedestal, del reinado inapropiado en el que se
encuentra. Después de las dos guerras mundiales se luchó con vehemencia
contra lo viejo, contra el mundo del adulto, el adulto con su dureza, con
su razón incalculable, con su desdén de realizaciones inmejorables. El mundo
del adulto fue un mundo agobiante, reprimido, rígido, totalitarista, creador de
modelos nocivos, de lideres incuestionables, de instituciones intocables, de
abolición de libertades y asfixia sexual. La exaltación del mundo adulto, del
hombre realizado, del hombre final, del ser absoluto, el conquistador, el
patriarca. Ese mundo de la "vida por la patria", todavía vigente en
muchos lugares del mundo e incluso en diferentes estamentos sociales. Sin dejar
de ver que el mundo del adulto también es un mundo que contiene cualidades
sostenibles, la responsabilidad, el cuidado del niño, la experiencia consumada,
la búsqueda de la serenidad, como posibles caracteres.
Entonces,
no se trata de lo que tiene o no de cualidad dichos tiempos vitales. Se
trata aquí de remarcar lo que esta olvidado, oprimido, desvalido por no ser
mencionado. Se trata de rescatar la infancia, la infancia como una
posibilidad de ser diferente, ni la rigidez ni el fervor, ni la serenidad ni la
rebeldía, se trata de la compleja simpleza de la infancia. Un niño
que crece, crea, crea su mundo, con los otros, pero sobre todo con su capacidad
de sorpresa, con su sensibilidad ante la novedad, con su falta de prejuicio,
con la fuerza incontrolable de un cuerpo que intenta construirse, donde el narcisismo
es necesario, fundante, constitutivo, donde lo espontáneo engendra emociones
profundas, donde las palabras son el resultado de una exploración directa de
esas emociones y donde las palabras no son rígidas, hablarle como silbar al
viendo o ladrar al perro, hablar como si las palabras fueran los sonidos que
las engendran y sorprenderse por los sonidos que expulsan.
Leyendo
algo de Tomás Abraham expresaba algo como: "donde Freud buscaba un hombre
encontró un niño" (no logro precisar la cita, buscaré). De eso se trata
este elogio de la infancia. Un mundo que olvida la infancia es un mundo
absurdo, carente de emociones, de poesía, de sorpresas. La infancia ha
quedado relegada a un cúmulo de ofertas de productos infantiles, ha quedado
desgarrada por el afán de éxito de muchos padres juvenoides que quieren hijas
modelos, hijos deportistas, futuros intelectuales, proyectos de CEO de
empresas, músicos con récords de ventas y un montón de aspiraciones vagas que
marchitan la infancia antes de dejarla brotar. La infancia ha sido delegada a
los jardines de infantes, las escuelas, los cuidadores, las guarderías, o
cualquier otra cosa excepto al cuidado de los padres ocupados por sostener el
ideal del homo-juvenil.
Elogiar la infancia es proponerse un
cambio, es animarse a cuestionar la bien vista juventud imperante. Mirar para
atrás desde el presente y ver al futuro. Mirar hacia atrás es mirar al niño,
redescubrirlo tras el disfraz y arriesgarse a sorprenderse, a explorar, a
jugar, a construir sin prejuicios.
Nicolás
Castelli
11/06/19
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