Nadie me había dicho nada, lo supe por un amigo, que era más familia que los otros. Sabía que era en alguna parte por Blandengues al 300. Lo primeo fue bajar en una panadería y conseguir algo dulce como a él le gusta. Ya imaginaba cómo lo encontraría. Se ponía nervioso con los cambios y disfrazaba la angustia con mal humor. Me acuerdo cuando volvía de hacer las cobranzas de ese negocio de electrodomésticos de mala muerte, donde todo era irregular. Llegaba cansado, entraba el 125,cerraba el portón, entraba con su llavero colgado del pantalón y un bolsito en la mano. A penas entraba besaba a mi abuela, era digno de ver, un beso en los labios, decía tantas cosas para mí. Yo lo esperaba con el tablero de ajedrez ordenado, las blancas de su lado, las negras del mío. -Hola Nico, un beso y dejaba el bolsito en la mesa, las llaves en el centro y el atado o los atados de puchos con el encendedor, daba media vuelta y a la pieza. Siempre creí que no soportaba más la ropa, lo agobiaba el calor